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daniel Casi todos los veranos de mi infancia los pasé en San Bartolo. Desde los 6 años tuve la suerte de disfrutar del pescado fresco, ya que en la playa sur de este querido balneario existe hasta hoy una pequeña caleta de pescadores, los cuales salían a sus faenas desde las 6 de la mañana y regresaban al muelle al mediodía donde mucha gente los esperaba para ver qué tipo de pescados habían extraído de nuestro mar peruano. Siempre mi madre, quien fue la que me enseñó mis primeros pasos en la cocina, era la que escogía el pescado para el almuerzo del día. Lo que más recuerdo es cuando traían a casa las palmeritas, que es la cojinova chica, y las comíamos enteras y fritas. Cuando era la época del pejerrey siempre lo comíamos arrebozados con kétchup al igual que el calamar que en esa época salía en abundancia como muchos otros pescados más.

Pasando los años mi afición creció por disfrutar de la comida marina. Comencé a incursionar en la pesca pero con redes de nylon que en esa época fueron una revolución, ya que el pescado caía fácilmente porque no se veían las cerdas en el agua. Antes eran de soguilla color verde y era más difícil que caigan porque los peces se daban cuenta. A los 16 años ya pescábamos en el Peñascal. Entrábamos con nuestras tablas hawaianas y en una cámara de camión amarrábamos la pita de la tabla. Ingresábamos remando y llevábamos las redes hasta los sitios donde los pecadores no podían llegar por la bravura del mar y era donde estaba el mejor pescado. Era mucho riesgo para ellos, pero para nosotros no. Entrabamos a las 6 de la tarde y las recogíamos a las 6 de la mañana. Fue nuestra fuente de vida y trabajo, ya que parte de la mercadería la vendíamos y los mejores pescados los separábamos para poder disfrutarlos como primera comida del día. Los cocinaba yo para mis amigos en diferentes formas de preparación como cebiche, al horno, sudados, fritos y enteros, pero las chitas era lo que más destacaba en nuestra mesa.

El Segundo Muelle de San Bartolo fue siempre mi fuente de inspiración, ya que ahí parábamos con nuestros amigos, ahí corríamos olas y de ahí salíamos con nuestras tablas a tirar las redes. Lo mejor de todo fue que de ahí salió el nombre de mi restaurante, ahora convertido en franquicia ya que estamos en Ecuador, Panamá y España. Esto me llena de orgullo a mí y a toda esa gente que me conoce de esa playa y se sienten muy identificados con la historia de mi vida.

Hoy en día, gracias a estas experiencias vividas en mi juventud, logré sacarle provecho ya que afiné mucho mi paladar y siempre exigí frescura en mi comida cuando se trataba de algo proveniente del mar.

Para terminar la historia hoy mis hijos están recibiendo ese legado de la cocina. El mayor de ellos ya está en sus primeros pasos a los 13 años lo cual me llena de satisfacción ya que nunca me imaginé que se iba a interesar por la cocina, hasta se ha vuelto exigente para comer. Esto es bueno ya que sus estándares serán muy altos cuando sea grande.

Un secreto que llevo en mi vida es que nunca estudié un curso de cocina y menos me imaginé llegar a donde estamos hoy. Soy autodidacta en el mejor sentido de la palabra pero todo lo que he aprendido me lo ha dado el mar, me inspiré mucho por el y le debo dar las gracias por todo lo que me ha dado.

Mi filosofía de trabajo siempre ha sido y será trabajar conscientemente en lo que uno tiene mucha vocación, hacer su mayor esfuerzo para desarrollarlo y tengan por seguro que todo lo demás caerá por su propio peso. Por suerte las oportunidades a lo largo de estos 18 años se me presentaron y yo las supe aprovechar… cuando alguien hace las cosas con pasión nada es imposible. Esta es mi historia y espero no cambiarla nunca.

Dani.

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